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Saturday, November 05, 2005

El niño y la flor


Por: Luis Cabrera

Apareció de pronto, como el viento andino, que llega silbando para juguetear con una que otra raquítica rama del desaliñado y vetusto árbol, que se mantiene como puede en la creencia de poder enfrentar el mandato del tiempo. Tenía un caminar cadencioso, obligado por las imperfecciones del también viejo y empedrado sendero; parecía no llevar prisa y quizá su sentido de urgencia estaba más en el compromiso de llegar con bien. Sus diminutos zapatos producían un acompasado tap tap, que rompía el silencio habitual de las lomas andinas.
Era solo un niño de rostro adusto, huraño, desconfiado, dispuesto al enfrentamiento con quien osara perturbar sus más recónditos pensamientos. Si bien sus inexpresivas mejillas, quebradas por el duro frío andino, contaban de tristes penurias; sus pequeñas, regordetas y también maltratadas manitas traían todo un mensaje de amor en la hermosura de la flor que sostenían.
El fotógrafo, impactado por lo que suponía una escena poco habitual, conminó al crío a detenerse para la foto perpetuadora, sin embargo, tuvo que recurrir a la suplica ante esos negros e impenetrables ojos.
El de la cámara…, estaba conmovido. «¡Que belleza de espíritu a tan corta edad!» vociferaba.
El niño detuvo su paso y dibujó un halo de tristeza momentánea, no habló, miró al hombre del lente y con un gesto lo apresuró a cumplir con su cometido.
Tras el chasquido del obturador de la cámara, que fue copiada juguetonamente por el eco cercano, el pequeño personaje reanudó su marcha añadiéndole a su perturbadora imagen un gesto de fastidio. Se veía tan seguro de si mismo, que volvieron a escucharse los tap, tap de su ahora apresurado andar.
El fotógrafo, reaccionó tarde para el agradecimiento, pero igual apretó el paso para dar alcance al precoz infante. Su corazón latió apresuradamente por el esfuerzo, la poca costumbre a las alturas y por el indescifrable gesto del niño y la flor.
Le ofreció una propina, pero no la aceptó. Entonces la insistencia se transformó en orden, y el niño aceptó, pero no dijo gracias, no era necesario, su dignidad no se lo permitía; solo guardó la moneda entre sus manos y la flor y siguió su camino…, adusto y sin alegría en el rostro.
El hombre quedó marcado para siempre con la imagen del niño, pero le incomodaba su falta de palabra. ¿Quizá no sabe español? ¿Pero y el quechua..? se preguntaba. En los Andes el lenguaje salido de los labios puede ser irrelevante. Entre las alturas se habla con el viento, con el sol, con la "Pacha Mama"(1)… solo con los ojos… solo con los gestos… incluso con las lágrimas.
¿Y la flor…? ¿Acaso él comprendía de belleza? ¿Era quizá para su madre? De ser así, este niño era de nobles sentimientos, de alma sana y pura. ¿Pero, porqué esa tristeza?
En las alturas de los Andes, la voz viene de entre los cerros, viaja en el viento, navega en los riachuelos, se posa en las rocas y los pájaros la vuelven a remontar a las montañas. Su lenguaje la entienden grandes y pequeños y saben cuando la "Pacha Mama" gime de dolor, como cuando sus hijos, aquellos que crió por centurias en sus amorosas faldas, se olvidaron que eran hermanos, y se mataron entre ellos y sin saber porqué.
Ahí donde el sol se guarda entre los nevados, hace ya mucho tiempo se ha dejado de sonreír. ¿Cuanto hace que la alegría se fue con el mal viento? Fue bajo el amparo de la noche, cuando llegaron los mensajeros de la muerte y se robaron la ya poca alegría que quedaba.
Y es que antes, también llegaron a robarse la alegría; antes de que llegaran las balas, los encapuchados, los uniformados y las comisiones investigadoras. Alguna vez, la tristeza llegó cuando el mestizo bien vestido pensó que era obra de bien llevar «civilización», pero con el llegaron también quienes se apropiaron de sus pertenencias, quienes los llamaron «serranos»(2) y los explotaron en sus propias tierras.
Otros llegaron, dizque a liberarlos, pero los pusieron en la línea de avanzada de sus enajenadas «fuerzas populares». Dejaron de ser «serranos» para ser «camaradas». Lo malo fue que los del otro pago, al otro recodo del río, fueron ganados por los otros libertadores y esos «serranos» se convirtieron en «ronderos»(3); claro que ellos también en línea de avanzada.
Cuando ya no hubo más «camaradas» ni «ronderos», se fueron los encapuchados y los uniformados. Entonces solo quedaron el viejo árbol, el camino empedrado, y el cementerio en la parte alta de la loma, ahí donde se esfuerza en llegar el niño y su flor..

1.- Palabra quechua: Madre tierra
2.- Forma despectiva de llamar a los habitantes de las sierras peruanas
3.- Paramilitares armados por el gobierno para enfrentar a Sendero Luminoso

1 comment:

Anonymous said...

Tiempos perturbadores que la "Pacha Mama" no tiene que volver a sufrir...